Érase una vez un rey que tenía cuatro hijas. Todas eran encantadoras, pero la más pequeña era la más bella y traviesa.
Cada tarde, salía al jardín del palacio, y se dedicaba a corretear sin parar de aquí para allá, cazaba mariposas y trepaba por los árboles.
Un día que se sentía cansada de tanto jugar, se sentó a la sombra junto al pozo de agua que había al final del jardín de su palacio, y se puso a juguetear con una figurita de oro en forma de corazón que siempre llevaba a todas partes. Pero estaba tan cansada y hacía tanto calor, que la figura resbaló de sus deditos y rebotó hasta caerse al profundo y oscuro agujero del pozo. Y muy triste, la princesa comenzó a llorar.
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