Este cuento trata sobre la famosa cueva de Alíbabá y cómo consiguió vencer a 40 ladrones…
Hace mucho tiempo, en una lejana aldea, en el desierto persa, vivían dos hermanos huérfanos muy pobres. El mayor de ellos era Kassim y el pequeño Alí Babá.
Aunque siempre habían sido muy pobres, Kassim odiaba trabajar y esforzarse pero en cambio soñaba con ser rico y tener mucho dinero. Como era muy ambicioso, estaba decidido a hacer lo que fuera para conseguir su propósito.
Un día conoció a una muchacha adinerada y decidió casarse con ella para así poder tener una vida de riqueza, como siempre había soñado.
Así era Kassim, pero Alí Babá era muy diferente. Él odiaba aprovecharse de la gente, era muy honrado y trabajador. Se ganaba la vida humildemente trabajando como leñador y todo el mundo le quería por su buen corazón. Tanto era así que a diario recibía buenas propinas que iba guardando y ahorrando pensando en el futuro.
Con el tiempo, consiguió ahorrar suficiente dinero para poder comprar un burro para cargar más leña, y así poder granar más dinero y mejorar su posición…. Poco a poco fue acumulando más y más monedas hasta hacerse con un total de tres burritos, que le hicieron incrementar sus venta de leña cada vez más.
Los otros leñadores admiraban a Alí Babá por su gran esfuerzo y honradez. Sin embargo, algunos también le tenían envidia al ver como su negocio crecía y cada vez vendía más y más leña.
Un día, mientras Alí Babá cortaba leña en lo más profundo del bosque con sus tres asnos pastando alrededor, oyó un gran ruido en la oscuridad. Al principio, Alí Babá no le dio importancia, sin embargo, cuando se quiso dar cuenta sus asnos habían desaparecido.
- ¡Amín, Jamal, Tarek! ¿Donde estáis? – gritó Ali preocupado
Pero no obtuvo respuesta. Muy asustado por ellos, Alí Babá trepó a un árbol para intentar ver dónde se habían metido los asnos.
Le costó subir debido a su larga túnica, pero desde lo alto del árbol pudo ver a un grupo de maleantes que se acercaban a caballo y que pararon justo al pie del árbol donde él estaba.
- No puedo moverme, si me ven me robarán y se llevarán mi saco de monedas – pensó Alí Babá aguantando la respiración
Afortunadamente, a pesar de que casi pierde el equilibrio, ellos no le vieron, pues permanecía oculto entre las ramas.
Los maleantes ataron sus caballos al árbol, e iniciaron su camino a pie cargando con unos sacos muy pesados. Según se alejaban Alí Babá los contó: ¡Había un total de cuarenta!
Ali quería bajar del árbol, pero con los maleantes por allí, corría peligro, así que decidió esperar en lo alto de aquel árbol hasta que estuviesen lo suficientemente lejos como par no oírle descender de aquel árbol.
Les siguió con la mirada, y pudo ver cómo un poco más adelante los cuarenta maleantes se detenían frente a una roca.
- ¡Ábrete, sésamo! – gritó uno de ellos – Y la inmensa roca se abrió.
Ali Babá no podía creer lo que estaba viendo.
Los maleantes entraron uno a uno cargados con sus grandes sacos, los vaciaron y salieron de allí.
- ¡Sésamo, ciérrate! – dijo otro de ellos – Y la inmensa roca volvió a su sitio.
Alibaba aguardaba subido todavía en el árbol, hasta que los 40 ladrones volvieron a montarse en sus caballos y se alejaron cabalgando.
Durante un largo rato, el chico permaneció subido en el árbol. No se atrevía a bajar por si los hombres regresaban. Finalmente, se decidió y bajo con cuidado.
- Debe haber un gran tesoro ahí dentro -se dijo.
Tras pensárselo durante unos minutos, el chico se acercó a la roca y dijo:
- ¡Ábrete, Sésamo! -Y la roca se abrió.
Alí tenía miedo de entrar, pero finalmente decidió adentrarse en la gruta. Entró y sin que él se diese cuenta, la roca se cerró sin hacer ruido.
Telas de seda, oro, plata, centenares de monedas y piedras preciosas… La gruta estaba llena de tesoros. Ali jamás había visto tanta riqueza en su vida, quedó maravillado. Enseguida se dio cuenta de que todas esas riquezas las habían puesto allí esos malvados ladrones y decidió pagarles con su misma moneda.
Llenó tres sacos con monedas y se fue. Abrió la roca con las palabras mágicas y con las palabras mágicas también la cerró.
Ya fuera de la cueva, Alí llamó a sus burritos, los cargó con los sacos llenos de monedas y puso rumbo a casa. Pero cuando llegó, encontró la puerta cerrada. Le pareció un poco raro, pero decidió probar la fórmula mágica que le había ayudado a entrar en la gruta. “Ábrete, sésamo”, dijo Ali, y la puerta se abrió. Para cerrarla, utilizó las palabras “sésamo, ciérrate”, y la puerta se cerró.
- ¿Como has entrado aquí? – preguntó su mujer extrañada al verle dentro de casa – yo misma he cerrado la puerta para que no pudiesen entrar Ladrones.
Él no quiso contestar por miedo a que su mujer se asustara, pero al enseñarle los sacos, ella supo inmediatamente que solo podían conseguirse tantas monedas de oro robando, y comenzó a llorar desesperada, triste porque su marido había dejado de ser una buena persona para convertirse en un ladrón.
- No llores, querida – dijo Ali – si paras, te contaré como los he conseguido.
Y así lo hizo. Ali le contó toda la historia de los ladrones, de cómo habían abierto la puerta de la gruta mágicamente y de todos los tesoros que guardaban allí.
Más tranquila, quiso contar todas las monedas que había traído su esposo, y como eran tantas, le pidió ayuda a al mujer de Kassim, que se quedó completamente sorprendida al ver la cantidad de oro que poseía Alí babá.
No tardo en contárselo a Kassim, que cegado por la codicia fue a visitar a su hermano ese mismo día.
- Ali, mi mujer me ha dicho que tienes muchas monedas, como hermano tuyo… merezco una parte, ¿verdad?
- Puedo darte la mitad Kassim, ni una moneda más.
El hermano mayor, que solo podía mirar el reluciente color de las monedas, le dijo:
- ¿Cómo has conseguido todas estas monedas, hermano?
Ali Babà acabó contándole el secreto a Kassim, al fin y al cabo era su hermano y no quería mentirle. Aunque al mismo tiempo sabía que su hermano era muy ambicioso y egoísta y no confíala del todo en él.
Como era de esperar, esa misma noche, Kassim acudió a la gruta y pronunció las palabras que Alí Babá le había dicho:
- ¡Ábrete Sésamo!
Dentro de la gruta quedó maravillado ante tanta riqueza y sin pensárselo dos veces cargó decenas de enormes sacos.
Kassim llenó los sacos todo lo que pudo y, cuando iba a salir vio que la puerta estaba cerrada. De pronto se dio cuenta de que había olvidado las palabras mágicas… ¡No podía salir! Tras un rato intentando recordar, escuchó como se oían ruidos fuera de la cueva. Eran los ladrones que volvían para traer más tesoros.
Desesperado, Kassim se escondió como pudo entre unas monedas.
Los ladrones entraron y empezaron a descargar enormes baúles en la cueva. De pronto, uno de ellos exclamó:- ¡ladrón! -le habían pillado.
Kassim intentó huir, pero los ladrones lo metieron en un enorme baúl y lo cerraron con candado con la intención de dejarlo encerrado en la cueva para siempre.
Al ver que no volvía, Alí Babá se temió lo peor y fue en busca de su hermano. Dijo las palabras mágicas y al entrar oyó la voz de su hermano pidiendo auxilio. Los gritos venían de un gran baúl cerrado con un gran candado. Alí rompió la cadena con su hacha de leñador y sacó a su hermano de la cueva.
Ambos se alejaron corriendo en dirección a casa de Ali Babá, donde se escondería Kassim.
Los ladrones no tardaron en regresar. Cuando vieron que Kassim había escapado salieron a buscarlo.
Pronto llegaron al pueblo y se encontraron con uno de los leñadores envidiosos al que ofrecieron varias monedas de oro a cambio de que les indicase donde estaba escondido Kassim. El vecino accedió y les llevó hasta la casa de Ali Babá.
Para entrar, los ladrones trazaron un plan: Uno de ellos se haría pasar por vendedor de aceite y llevaría varias tinajas y en cada una de ellas, en vez de aceite, iría escondido un ladrón.
Así, disfrazado de vendedor, el ladrón llamó a la puerta de Ali Babá:
- Necesito ayuda, me he perdido y estoy buscando un lugar donde pasar la noche y guardar mis tinajas de aceite.
Ali Babá, que nunca había perdido su bondad interior, dejó entrar al comerciante, sin saber que dentro de cada tinaja había en realidad un ladrón escondido y que al caer la noche saldrían en busca de Kassim.
El plan casi funciona, pero justo antes de que los ladrones saliesen para apresar a Kassim, la mujer de Ali baba acudió a por un poco de aceite y al abrir la tapa de una de las tinajas vio al ladrón escondido. Sin pensárselo dos veces le golpeó en la cabeza con el cucharón de la sopa dejándolo inconsciente.
Así, hizo lo mismo con cada uno de los ladrones e inmediatamente le contó lo sucedido a Ali Babá, quien llamó a la policía.
Al llegar la policía encontró a todos los ladrones desmayados en las tinajas y uno a uno se llevaron a todos a la cárcel.
Una vez pasado el peligro, los hermanos volvieron a la cueva de los ladrones y poco a poco consiguieron sacar todo el tesoro, que decidieron repartir entre los vecinos más pobres del pueblo.
Kassim, había aprendido la lección y dejó de ser tan egoísta y avaricioso.
Y colorín colorado, este cuento encantado se ha acabado.