Hoy os traemos el cuento de la lechera que como sabéis guarda una útil moraleja.
Había una vez una hermosa lechera que vivía junto a sus padres en una granja muy grande en la que había muchas cuadras y establos llenas de animales.
Era una buena chica que ayudaba siempre en las tareas del hogar, y que se ocupaba sin rechistar del cuidado de los animales como ocas, cerdos, caballos, gallinas y, sobre todo, vacas lecheras.
Un día, su madre le dijo:
Buenos días hija mía. Esta mañana, las vacas han dado mucha leche de lo normal, y yo no me encuentro muy bien. Tengo un poco de fiebre y no me apetece salir de casa. Tú ya eres mayorcita, ¿crees que podrás ir tú en mi lugar a vender la leche sobrante al mercado?
La niña, que era muy servicial y responsable, muy contenta le respondió a su mamá:
Por su puesto madre, yo iré encantada con toda esta leche para que tu puedas descansar y recuperarte.
La buena mujer, viendo que su hija estaba tan ilusionada y dispuesta, confió en ella y, dándole un beso en la mejilla, le prometió que todo el dinero que recaudara aquel día en el pueblo sería para ella. Para que se pudiera comprar todo aquello que deseaba.
¡Gracias mamá! – dijo la niña abrazándole fuerte – te sorprenderé
La niña se puso sus mejores galas: un largo vestido azul, un delantal rojo con volantes que le había regalado su abuela y un precioso pañuelo blanco bordado que le recogía sus largos cabellos dorados que siempre se recogía en dos trenzas.
Entonces, cogió el cántaro lleno de leche recién ordeñada, y con una gran sonrisa en la cara salió de la granja tomando el camino más corto hacia el pueblo.
La muchacha muy emocionada Iba a paso ligero, saltando y bailando mientras su mente no dejaba de trabajar.
No podía parar de imaginarse cómo invertiría las monedas que iba a conseguir con la venta de la leche. Quería comprarse muchísimas cosas: un nuevo vestido, una bicicleta, unas botas de agua y par de libros que había visto en el mercado del pueblo.
¡Ya sé lo que haré! – se decía a sí misma – con las monedas que me den por la leche, voy a comprar una docena de huevos. Los llevaré a la granja donde mis gallinas los incubarán y, cuando nazcan los doce pollitos, los cambiaré por un hermoso cerdito. Una vez criado el cerdito, regresaré al mercado y lo cambiaré por una ternera que, cuando crezca, me dará mucha leche a diario que podré vender a cambio de un montón de dinero.
Envuelta en sus pensamientos, la niña seguía ideando la forma perfecta con la que conseguiría más y más dinero. Con solo un cántaro de leche, podría conseguir un montón de cosas que le harían más y más rica, y así podría vivir cómodamente el resto de su vida sin tener que trabajar. Mis padres estarán muy orgullosos de mí – pensó
Pero… La joven muchacha iba caminando tan ensimismada en todo lo que iba a conseguir que se despistó, y no se dio cuenta de que el camino liso que había estado siguiendo hasta ahora se había convertido en uno lleno de piedras y curvas.
Siguió caminado bailando y saltando hasta que…. Tropezó y ¡Pum!
La pobre niña cayó de bruces contra el suelo.
¡Oh no! – gritó la joven – ¡mi leche!
Por suerte, la chiquilla solo se hizo unos rasguños en las rodillas, pero su cántaro voló por los aires hasta chocar con una roca y se rompió en mil pedazos.
La leche se desparramó por todo el camino, y sus sueños se volatilizaron al igual que su leche. Ya no había nada que vender y, por tanto, todo había terminado.
¡Qué desgracia! Adiós a mis huevos, mis pollitos, mi cerdito y mi ternera – se lamentaba la niña entre lágrimas – Adiós a conseguir más leche y cambiarla por monedas. Adiós a mi vestido, mis libros, mi bicicleta y mis botas de agua. Eso me pasa por ser tan ambiciosa y comenzar mi casa por el tejado.
Con amargura, recogió los pedacitos del cántaro y regresó junto a su familia, reflexionando sobre todo lo que había sucedido. Se dio cuenta de que aunque es importante tener sueños e ilusiones para el futuro, hay que prestar atención a lo que se hace en el presente. Sólo así se podrán cumplir esos sueños.
Y colorín colorado este cuento encantado se ha acabado
Muy bonita reflexión, muy importante tambien para ayudar a los padres ha no ofrecerle dinero a los hijos a cambio de un favor. Pienso que si la mamá no le había ofrecido todo eso pues ella no había ido haciéndose ilusiones,y había puesto más atención al camino. Me gusta el cuento es interesante muchas gracias
Muchas gracias a ti por tu comentario, los cuentos muchas veces son, además de entretenidos, enriquecedores
Uno de nuestros preferidos ?
🙂 gracias!